domingo, 4 de abril de 2010

Equiparamos Similitudes...


“En las relaciones amorosas hay una línea muy fina entre el placer y el dolor, de hecho mucha gente cree que una relación sin dolor es una relación que no vale la pena. Para algunos el dolor es evolutivo ¿pero como saber cuando acaba el dolor evolutivo y comienza el dolor lacerante? Si seguimos caminando por esta línea ¿somos masoquistas u optimistas? Y como saber en una relación ¿Cuándo ya es suficiente?

De vuelta a casa estaba furiosa, no con Big sino conmigo misma. Yo era la verdadera sádica, puede que él tuviera el látigo pero yo era la que me había atado. Me había atado a un hombre al que le aterraba que le atasen.


Después de hacer el amor supe que se había acabado. ¿Había amado realmente a Big alguna vez o era adicta al dolor, al exquisito dolor de amar a alguien tan inalcanzable? Y se acabó, me había desatado de Big, era libre, pero no había nada de exquisito en ello.




Más claro, échenle agua, Carrie lo había dicho por mí e inclusive llámenle coincidencia, casualidad, sincronización o mejor llamémosle asimilación de la realidad, yo equipare y si bien no me simpatice, por lo menos lo acepte.

Yo también me preguntaba si lo había amado alguna vez, llegó un punto en el cual me plantee si eso no era más que orgullo y el ego lastimado que se disfrazaba de cariño, pero hoy me dí cuenta que era una mezcla de todo.
Yo lo quería, y mi cariño se hacia mas grande cuando sabia que el no sentía lo mismo que antes, me torturaba con los “¿Qué hubiese pasado si yo...?” y luego volví a dejarme llevar por la paranoia, que era la prueba que determinaba que esto ya no era amor, era una obsesión.
Como en todos los casos, los extremos nunca son buenos y tal vez sea por eso que muchas cosas no resultan como las espero, para mi esta bien o esta mal, no hay un punto medio, o lo amaba o lo odiaba, me interesaba al punto de obsesionarme o no me importaba y a penas lo saludaba. El hecho ya estaba asumido, era una masoquista que era lo suficientemente conciente que su compañía no producía más que malestar en mi día a día. Siempre preocupada por una persona que solo me llamaba una vez a la semana (ni siquiera llamaba, se limitaba a un simple mensaje “¿Nos vemos hoy?”) y yo respondía a ese llamado. Me gustaba sufrir al parecer, pero no que cualquiera me hiciese sufrir, sino que fuese él, el causante de esa angustia recurrente, no existía otra explicación.

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