domingo, 4 de abril de 2010

Era tan simple que se volvía complicado. Era muy cierto, lo suficiente como para no aceptarlo, de hecho justo en este momento lo estaba experimentando; tal vez sea por eso que yo deseaba no estar viviéndolo. El hecho es que yo lo comenzaba amar y no quería, no podía hacelo, no podía darme el lujo de sufrir por una persona que no me quería, porque es era la triste realidad.

Yo no quería al príncipe azul que llegaba en su blanco corcel con su rubia melena al viento, con la sonrisa perfecta y ojos azules como el mar. No esperaba la vida perfecta o una cena a la luz de las velas. Yo pedía algo mucho más sencillo, tanto que parecía imposible de sucederme. Yo esperaba a que el hombre que yo quería fingiese un mínimo de interés hacia mi persona, no me bastaba con verlo solo una vez a la semana, yo esperaba demandar un poco mas de su tiempo. No pretendía que cambie y que cada mañana me llevase el desayuno a la cama, tan solo esperaba poder dormir en la misma cama que el un fin de semana, un feriado o una tarde en que ninguno de los dos tuviese ganas de hacer algo un poco mas productivo. Ni siquiera esperaba despertarme con un mensaje de texto cada mañana, lo mínimo que pedía era que responda los míos, mis "te extraño", mis "te quiero" y que no creyese que era efecto pasajero del alcohol. Pero al parecer era demasiado pedir.


Los hombres son así, tan simples que se vuelven complicados y yo siempre tuve una tendencia a complicarme la vida, la solución era simple: Borrar su número de teléfono, evitar pasar por la esquina de su departamento, eliminarlo del correo electrónico y fingir que nunca paso y aceptar que no me quería, ni que algún día llegaría a hacerlo. ¡Pero No!, esa no era yo, era un solución muy sencilla como para aceptarla; por lo que llámenlo masoquismo, persistente o una simple boluda pero yo quería seguir llorándolo y pasar un par de noches más torturándome con recuerdos que ya no sabia si algún día ocurrieron o eran producto de mi imaginación.

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